La última vez que le creí a los locos,termine igual o peor que ellos,
el último mortal que me hizo llorar,
regresó a los brazos gastados de su mujer,
después de aspirar gramos de cocaína durante años,
de accidentarse y romperse los huesos,
y de follarse evangélicas vírgenes
que deseaban con ganas perras
tocar pedacitos de infierno.
La última vez que el filo de una daga
cuyo grabado decía "the end"
marcaba finos surcos en mis brazos,
la alarma interna sonó agónica,
despertándome de aquel letargo anestésico
que los días y los meses
habían construido para mi.
Y lo último es que camino
con las suelas nuevas,
con la garganta reconstruida,
con una mochila vacía de cosas para llenarla,
con los ojos de la oscuridad en mis manos
y con un futuro en frente,
al que aún no puedo verle la cara,
mientras tanto ando,
porque hay que andar.