Ermitaña en un sueño sin finales posibles, náufraga en una isla desierta, mitad de la naranja comida por las moscas, así estoy, así soy.
Sin ganas de quitarme la coraza, qué tanto tardé en construirla, sin demasiadas ganas de tocar tu mano.
Me duelen hasta los sonidos de mis pensamientos, este barrio inmundo rodeado por la espesura absurda de la melancolía, me duelen las palabras que llegan de lejos y no dicen nada.
Todavía no escribí poesías de amor, porque no nacieron los amores inolvidables, mucho menos los cómplices que ayuden a desnudar la cama para luego, cubrirla con el manto de los secretos.
Varios temen a la soledad, pero ninguno ha llamado a mi puerta, nisiquiera ese abrazo de despedida que tanto duele.
_¿Se le ofrece algo más?_ _Con otro café me conformo_
Contar los segundos que pierdo no es para nada productivo, arrastrar una pesada melancolía era peor que ahogarme en alcohol y mendigar cariño inexistente.
Tengo que quitarme el traje de vagabunda, enseñar la nueva piel, resulta que no es el fin, que nacerán mejores puestas de sol, que hay poesías mejores que escribir, esta no es la peor de todas, ni la mejor de las peores.
Nuevo mundo, nuevo año, y revoluciones si son necesarias.