Bajo la obtusa negritud de la noche, un raquítico suspiro, se arrastro hasta llegar a su hogar, y ni siquiera lo sentiste llegar.
Entre ruidos y silencios, la loca se sumergió en néctares de nombres difusos. Negó a la sobriedad, acusando a las horas sin sueño de malos tratos a terceros.
Ya los mendigos sabían del vacío absoluto, quien sabía más de soledades que la escritora suicida?, la loca era todos ellos todos los días y aún con suerte un poco más.
La loca buscaba razones en los mares de la nada, buscaba besos que embriagaran su alma, y busca sin alas, terminar con la soledad.
Sí las arpías tuvieran piernas de mujer y labios con espinas, difícil sería la mentira más piadosa, se debería pensar dos veces antes de mirarlas con deseo, sus caricias dolerían aún más que la negativa de mis histéricas musas.
Por las noches las veo pasearse frente a mí, y no quisiera tenerlas sentaditas sobre el escritorio espiando lo que escribo, aún así deseo verlas enredadas entre las sábanas, imitando el aullido de los lobos con cada roce imaginario, impregnando las sedas de un olor azul Francia, para que las recuerde una siesta entera.